Cuenta Borges en un poema titulado La Suma acerca de un hombre que se
propone trazar en una pared el mundo entero: dibuja ángeles, bibliotecas, laberintos, anclas,
Uxmal, el infinito, el cero; habiendo
alcanzado su propósito descubre, en el instante de la muerte, que esas líneas
son la imagen de su cara. Así como los hombres son responsables de los actos
de su vida, en palabras de Borges, capaces de trazar –con rigurosa pincelada-
el pasado que los condiciona, la tradición que los sostiene y alimenta y palpitar
su destino, del mismo modo las
instituciones lo hacen.
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La Universidad Nacional de Tucumán descubre hoy, aquí, a los 100 años de su
fundación, cuál es la imagen de su propia cara e imagina su destino. Porque todo destino de una Institución involucra
el pasado de dónde proviene, las voces que la hablaron, los logros de sus
fundadores, los fracasos y sueños que la habitaron, y es desde ese pasado tumultuoso,
vital, poblado de hechos relevantes –de momentos de gloria tanto como de
tiempos oscuros–; que llega hasta nosotros. Es nuestra tradición quien nos
invita a celebrar – con profunda
alegría– los 100 años de nuestra casa.
Ahora bien, los
hombres y mujeres que nos antecedieron en esta tarea de hacer la Universidad
no fueron ni más inteligentes ni más soñadores que nosotros, ellos tuvieron, posiblemente,
las mismas dificultades, las mismas incertidumbres y los mismos temores; simplemente,
fueron tenaces y arremetieron contra los obstáculos para concretar aquellos sueños que le dieron forma a la Universidad.
Sin duda alguna, esto mismo debemos hacer nosotros, pero muy especialmente, las
generaciones jóvenes a quienes les alcanza este privilegio de vivir el
Centenario para encontrar, como ellos,
el futuro. Porque, debemos estar alertas, el futuro no se da
gratuitamente, se lo construye con esfuerzo, pasión y lucidez, o se produce la
disgregación y el caos.
Me toca a mí
hoy cerrar este ciclo de Conferencias que nos ayudó a vernos a nosotros mismos
y a valorar la inteligencia, la seriedad y el amor de nuestros profesionales por su Universidad. Hablo
en nombre de la Comisión Honoraria del
Centenario para agradecer a las autoridades esta convocatoria a los
profesores extraordinarios a colaborar
con la Universidad en la que transcurrió nuestra vida. Sin duda tenemos mucho
para dar, fundamentalmente porque ya, lejos de las urgencias cotidianas de la
vida universitaria, podemos pensar
con espíritu sosegado y mente clara qué
es lo mejor para nuestro futuro universitario.
Ahora bien, en esta misma sala desde hace algunos
meses –en el ciclo que hoy se cierra–, estamos escuchando a profesores de
nuestra casa de Altos Estudios contar sus experiencias de vida universitaria.
Escuchamos hablar de vocaciones, de logros, de caminos arduos y otros luminosos, de la importancia que tuvo
en sus vidas –como en la de miles de profesionales de nuestro medio– la
existencia de una universidad pública y gratuita que acogió con generosidad sin
límites a quien quiso estudiar, no sólo de nuestra provincia, sino de toda la Región y de Latinoamérica
misma.
Sin
embargo, hay algo que no se dijo todavía,
quizás por prudencia, pero hoy, aquí, no seré prudente. Esta misma Universidad,
en la plenitud de su vida –porque 100 años son todavía pocos para una Institución que se precie de
tal–, encuentra serios obstáculos, que
le impiden seguir la senda de
trabajo, esfuerzo y logros que se había
trazado.
Pues bien, esos obstáculos que hoy nos impiden avanzar y dibujar el
porvenir, es la ausencia de conductas éticas que vemos tan a menudo en nuestra
sociedad. Y nosotros, los universitarios –artífices, junto a tantos otros– de
estos maravillosos 100 años, somos, en gran medida, responsables de ello. La
comunidad universitaria de la que formamos parte, no se ha hecho cargo de este
asunto con la seriedad que reclama, o al menos, no ha sido clara con sus
jóvenes en cuanto al peso de ese bien en
el juego de la convivencia social. Sin ética,
sin reglas de juego claras, será
casi imposible vivir juntos.
Sucede algo notable. En nuestra
universidad pública se han formado –muy
a menudo a nivel de excelencia, lo digo con orgullo– casi todos, por no decir
todos, los profesionales que hoy actúan en el medio: abogados, médicos,
ingenieros, matemáticos, físicos, químicos, profesores, artistas, etc. Ellos
son, o mejor decir, somos, porque debemos incluirnos todos, los actores
sociales que marcan el perfil de nuestra sociedad. Y nuestra sociedad, hay que
reconocerlo, no funciona como debiera. Y
no estamos diciendo que no sea eficiente, que no tenga en su seno empresarios
exitosos, que no posea inteligencias brillantes en los más diversos ámbitos del
saber; ciencia, arte, humanidades; estamos diciendo que no siempre la ética
guía las conductas de estos profesionales que, en apariencia, triunfan
en la vida.
Quizás fuimos excelentes
maestros, rigurosos guías en el mapa del saber, pero, sin duda, no hemos sabido
transmitir con claridad y contundencia, algo que no se enseña con textos, sino
con conductas guiadas por valores: el respeto al otro, la honestidad, la
solidaridad, la preocupación por lo social, por la justicia, por el bien común.
No quiero decir que no haya nada de
esto, hay mucho, porque hay miles de personas serias, solidarias, justas, pero
no es suficiente.
Ética viene del griego ethos como “lugar dónde
se habita”. Es el sitio desde el cual hacerse cargo de una situación. El
hacerse cargo tiene ya una connotación ética, porque es hacerse responsable de
cada una de las acciones cotidianas. Y este “desde el cual” habla de una tierra
bajo los pies, de un suelo firme y fértil desde dónde se proyectará nuestra vida individual hacia lo social. La
universidad tiene el deber de ocuparse también de ese suelo firme y de hacerlo fértil.
Firme porque nos dona los principios
en los cuales asentar nuestra existencia
y fértil, porque allí
encontraremos la semilla de todo lo que deseamos hacer fructificar con dignidad.
Estos tiempos en los que el éxito se mide con parámetros económicos, en los que la
inteligencia se valora sólo por la astucia; en los que la competencia ha dejado
lugar a la competitividad impiadosa, exigen mucho más de nuestras convicciones
éticas. Porque hay una distancia entre la teoría y la acción. Una cosa es
enseñar qué es la justicia, cientos de libros hablan de ella, y otra es ser
justos; una cosa es la viveza y otra la
inteligencia proba y luminosa. Una cosa es el discurso de la ética y otra la
honestidad y coherencia de cada acción cotidiana.
Cuando guardamos silencio sobre algunas conductas sociales, hacemos daño
a nuestros jóvenes, porque el silencio opera como complicidad. Los jóvenes
deben saber qué hacer en cada circunstancia, cómo posicionarse ante cada
dilema ético que ofrece la vida interminablemente. Quizás tenemos también que advertirles del
peligro de las acciones ambiguas, aquellas en las que la línea divisoria entre
lo correcto e incorrecto es sumamente
débil y sutil. Es allí donde se debe estar alerta, es entonces cuando sirve ese
suelo firme y fértil del que hablábamos. Porque ética no es sólo un conjunto de
reglas impuestas por la familia, la sociedad y las instituciones; ética es en
primer lugar la construcción de sí mismo apoyados en valores y metas
significativas; sólo ello nos hará valiosos para la sociedad que integramos.
Me permito citar a nuestra actual Rectora Alicia
Bardón. Ella dijo el día que fue elegida: “tenemos una enorme
responsabilidad. Creemos que tenemos que estar las 24 horas del día pensando en
cómo mejorar cada rincón de la Universidad. No solo en los aspectos
estudiantiles”. Bien, como universitarios de ley que somos los que estamos aquí y como lo
es ella misma, le tomamos la palabra,
creemos en esa promesa de nuestra Rectora que garantiza el cambio, la
construcción de un futuro promisorio y el cultivo de conductas probas que nos
impidan caer en la desesperanza.
Porque esa es
nuestra deuda y debe ser saldada. Debemos recuperar para estos próximos 100 años por venir -y la nueva Rectora está en condiciones de
hacerlo con eficiencia y dedicación–, la
integridad moral de nuestra sociedad a partir de lo que nuestra Universidad puede
aportar, y que es mucho, no me cabe duda. Esta es la tarea que nos debemos. Los
invito a comenzarla juntos, hoy, aquí mismo, en este encuentro de auténticos universitarios.
Me resta
agradecer a las autoridades, la convocatoria que nos hicieron a los mayores para
constituir una Comisión Honoraria del
Centenario y no dejarnos ir sin el
aporte que puede hacer la experiencia. Alicia Bardón pensó distinto, quiso
hacernos partícipes de esta fiesta y aquí estamos llenos de júbilo -celebrando
los 100 años- y también cargados de preocupación, como es la vida misma, dispuestos
a dar lo mejor de nosotros por esta nueva Universidad que debemos proponernos
hacia el futuro.
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