Breves reflexiones sobre la libertad y la muerte

No se trata de preguntarnos qué es la libertad. No se trata tampoco de traer a colación teorías, de las que hay cientos, sobre la libertad. Por el contrario, pienso la libertad como un ámbito en el cual nuestro espíritu puede respirar. Cuando ese lugar simbólico se clausura, nos asfixiamos. A menudo, no tenemos conciencia de ello hasta que alguna experiencia nos hace saber que la hemos perdido o que acabamos de recuperarla.

La muerte de un gran demócrata, Raúl Alfonsín, lo ha hecho patente. También ha mostrado una inmensa paradoja. Junto a la muerte, en medio de lágrimas y tristeza, aflora en gran parte de los argentinos un sentimiento de libertad. Más allá de partidismos y filiaciones políticas, a casi 30 años de su gobierno y ya alejado de escenarios políticos de primera plana, la muerte de Alfonsín alzó una sola bandera: el ejercicio de la libertad ciudadana es posible. Y junto a ella es posible también una verdadera democracia, aún cuando sea todavía desordenada y frágil. Su gobierno ha sido fuertemente criticado, sus fracasos fueron reconocidos por él mismo. Sin embargo, su figura genera, al morir, una adhesión multitudinaria y reaviva una fuerte convicción: sólo se puede vivir con dignidad en democracia, ejerciendo el diálogo, respetando los derechos humanos.

No se trata, entonces, de libertad o muerte, legítimo grito revolucionario de muchos pueblos. Es algo mucho más sencillo, más auténtico, tal vez más secreto: se trata de que la muerte de un hombre digno ha despertado entre nosotros una profunda nostalgia por nuestro rol republicano de ciudadanos dignos, quizás como contraste con los autoritarismos que nos rodean. Vale la pena reflexionar sobre ello, una muerte también puede iluminar sobre la libertad y dignidad del ciudadano de la polis.

Cristina Bulacio

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